En el banquete sin fin de palabras y caricias, de besos y mordidas, los amantes encontraron la palabra azafrán y se dejaron teñir por sus poderes. Nada les supo igual desde entonces y, como un eco de otros cuerpos en otros tiempos que los habitan, la música honda de la milenaria palabra árabe zaffaraán despertó en sus dientes, lenguas y labios el poder de detectar sus más mínimos sabores en todo el cuerpo y hasta en lo que imaginaban o soñaban. Esta es la historia de ese despertar.
Por Alberto Ruy-Sánchez